«Salí de ese parque sanada». Con esta
naturalidad Floribeth Mora relata cómo se curó por intercesión de Juan
Pablo II. Esta mujer costarricense que vive en la localidad de Tres Ríos
de Cartago es la protagonista del milagro que podría llevar a los
altares al Papa polaco, después de que el pasado martes la comisión
teológica de la Congregación para la Causa de los Santos diera fe de lo
ocurrido, como ya lo hicieran en el mes de abril los médicos que
reconocieron que, de forma inexplicable, Flory –como la llaman sus
familiares y amigos–superó un aneurisma cuando ya estaba desahuciada por
los médicos.
Todo comenzó el 8 de abril de
2011 al despertar. «Me dio un dolor de cabeza tan fuerte que pensé que
me reventaría la cabeza. Le pedí a mi esposo que me llevara al hospital
porque me sentía bastante mal. Cuando llegué me encontraba muy mal por
los vómitos y el dolor de cabeza», relata esta mujer en un testimonio
escrito por ella misma hace un año, recogido ahora por LA RAZÓN y
confirmado a este diario por uno de los partícipes del milagro. En
aquella primera visita al médico, le diagnosticaron estrés y presión
alta. Al comprobar a lo largo de los días posteriores que su estado de
salud no mejoraba, decidió acudir a un hospital en San José, la capital
del país. «Tras varios exámenes me dijeron que tenía un pequeño derrame
de sangre en mi cerebro, luego me hicieron un TAC y descubrieron que se
trataba de un aneurisma cerebral en el lado derecho». De inmediato la
trasladaron a otro centro, mientras los facultativos se mostraban
sorprendidos por su aguante. Tras varios intentos por cerrar el goteo de
sangre que sufría en su cerebro, el equipo médico que la atendió tuvo
que desistir al encontrarse la dilatación en un lugar de difícil acceso.
A partir de este momento, la situación
empeoró sobremanera. Tras pasar unos días en observación, las
limitaciones del sistema sanitario costarricense impidió llevar a cabo
una operación. «Se cerraban así mis posibilidad de sobrevivir a tan
fatal diagnóstico», recuerda esta madre de cuatro hijos, abuela de
cuatro nietos y esposa de un ex oficial de la Policía nacional. Tal era
la gravedad de su situación que regresó a casa con un aviso claro a su
familia: sólo le quedaba un mes de vida. Sin embargo, a pesar de la
desesperación que en un primer momento les generó pensar en el desenlace
de la historia, «nos llenamos de mucha fe, pero no puedo negar el miedo
tan grande que sentía al ver lo que me estaba sucediendo».
No
se cumplía ni un mes de aquella mañana en la que su vida se truncó,
cuando tuvo lugar otro giro inesperado. El 1 de mayo de 2011, en la
plaza de San Pedro, más de un millón de personas participan en la
beatificación de Juan Pablo II. Benedicto XVI proclamaba beato al Papa
polaco destacando en primera persona cómo vivió la santidad de su
predecesor en la sede de Pedro: «Durante 23 años pude estar cerca de él y
venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza
de sus intuiciones sostenían mi servicio. El ejemplo de su oración
siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro
con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio».
Cuando amanecía en Costa Rica, Juan Pablo II ya había sido beatificado.